Desde fines del siglo XIX, las actividades artísticas de las mujeres adquirieron una publicidad y una importancia inusitadas en el contexto local. La idea de que las artistas enfrentaron entre 1890 y 1950 terribles obstáculos que les impidieron, total o casi totalmente, el desarrollo de una práctica artística está arraigada en gran parte de la bibliografía. El discurso de los obstáculos, que logra minimizar y desestimar sus actividades, afirma que, con anterioridad a la segunda mitad del siglo XX, las mujeres apenas lograron pintar algún retrato familiar ingenuo o una naturaleza muerta descolorida.
Frente a estos clichés (de los cuales escapa misteriosamente la heroína por excelencia del arte argentino, Lola Mora), hallamos la obra, diversa y desconocida, de la generación de artistas que reúne esta sección. Muchas de ellas compartieron una posición social privilegiada, y la experiencia del viaje a Europa fue crucial para su desarrollo. En conjunto, abordaron los géneros más variados: pintura de historia, escenas de interior, naturaleza muerta y desnudo, entre otros. En algunas de estas trayectorias, incluso es posible hallar todos estos géneros en simultáneo. Las exposiciones del Ateneo las situaron codo a codo con los primeros modernos.
Josefa Díaz y Clucellas, (Santa Fe,1852 – Villa del Rosario,1917), Frutas, s/f, óleo sobre tela, 33 x 47 cm. Colección Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez”, Santa Fe.
En la Exposición Nacional de 1871, realizada desde octubre en la ciudad de Córdoba, se destacó la participación de una de las artistas más interesantes del siglo XIX argentino, Josefa Díaz y Clucellas. En la sección santafesina expuso cuatro óleos: uno representaba al “gaucho argentino”, otro a una “china del Chaco”, mientras que los otros dos eran naturalezas muertas. Los medios señalaban la juventud de la artista y su ya resonante labor. Díaz y Clucellas había recibido en agosto de ese año una inusual distinción por parte del gobierno de la provincia de Santa Fe: una medalla de oro por su labor de “retratista al pincel”.
Sus naturalezas muertas presentan un colorido excepcional y un dibujo seguro. Doblemente desplazada de las historias generales del arte por su condición de mujer y por haberse desarrollado artísticamente fuera de la ciudad de Buenos Aires, la trayectoria de Díaz y Clucellas reclama una atención cuidadosa. Su temprano reconocimiento y su variada producción (cuadros religiosos y retratos, entre otros géneros) hablan a las claras de la multiplicidad de situaciones por las que transitaron las artistas argentinas anteriores a 1890 y de los silencios posteriores en torno a ellas.
Sofía Posadas (Buenos Aires, 1859-1938), El último sueño del General San Martín, 1900, óleo sobre tela, 79 x 100 cm. Colección Museo Histórico Nacional, Buenos Aires.
María Obligado (Buenos Aires, 1857 – Vuelta de Obligado, 1938), Estudio para En Normandie, ca. 1902, óleo sobre tela, 32,5 x 41 cm. Colección Museo Histórico Provincial de Rosario “Dr. Julio Marc”, Rosario.
En Normandie fue el envío de María Obligado, por entonces radicada en Francia, al salón parisino de 1902. La artista se insertaba con esta obra en una tradición de representación de los trabajadores no urbanos, de gran popularidad durante el siglo XIX. Las figuras femeninas que dominan la composición se encuentran realizando redes de pesca en la zona norte de Francia, una actividad de vital importancia para la economía regional. En Normandie presenta al conjunto de trabajadoras entregadas a una tarea minuciosa y sistemática.
Es posible establecer una analogía entre esta representación y el propio trabajo laborioso de la artista, que ejecutó detallados estudios de cada figura y de la composición en general. Como Obligado afirmaba en una carta a Horacio Guerrico: “no hay que olvidar que el problema de la composición es como el alma de toda pintura”.
Julia Wernicke (Buenos Aires, 1860-1932), Toros, 1897, óleo sobre tela, 55 x 70,2 cm. Colección Museo Nacional de Bellas Arte.
La relación entre mujeres y pintura animalista fue muy intensa a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Por su trabajo y su brillante personalidad, la artista francesa Rosa Bonheur (1822-1899), cuyas obras circularon en el mercado local e integran el acervo del Museo Nacional de Bellas Artes desde fecha temprana, constituyó una referencia ineludible. La búsqueda de una “Rosa Bonheur argentina” ayuda a comprender algunos aspectos de la carrera de Julia Wernicke, tales como la presencia destacada que tuvo su obra Toros en el Museo. Adquirida en 1898, esta pieza se exhibió junto a cuadros considerados hoy obras maestras del arte nacional, aunque fue removida de las salas dedicadas a la pintura argentina en 1950, aproximadamente.
Wernicke fue una de las dos artistas de la generación del Ateneo que lograron ingresar al Museo Nacional de Bellas Artes. La otra excepción fue su amiga Elina González Acha, cuya hija –la pintora Lía Correa Morales– completó una parte de su formación artística en Europa con la guía de Wernicke.
Eugenia Belin Sarmiento (San Juan, 1860 – Buenos Aires, 1952), Desnudo en el parque, 1908, pastel sobre papel, 43 x 56 cm. Colección Museo Histórico Sarmiento, Buenos Aires.